Londres, la capital inabarcable

Lunes, 26 Enero 2015

Londres, la capital inabarcable

La belleza de Londres no reside, como en otras antiguas capitales, en una monumental hegemonía arquitectónica sino más bien en la alianza de un patrimonio caótico y una prosperidad a prueba de siglos. La atrevida vanguardia de los últimos rascacielos no desmerece las añejas pinceladas góticas, que a su vez encajaron sin prejuicios con los faustos barrocos y la soberbia colonialista.

Con sus más de mil quinientos kilómetros cuadrados divididos en treinta y tres distritos, la inmensidad de Londres es inabarcable y sorprendente. Las bellezas más consolidadas empiezan en la legendaria Torre de Londres, donde se custodian las Joyas de la Corona, y junto al puente del mismo nombre, pasando luego revista al cambio de guardia del Palacio de Buckingham, hogar de la reina, y terminando por el conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad que forman el Palacio de Westminster –o Casas del Parlamento– con su emblemática torre del Big Ben –ahora llamada de Isabel–, la iglesia de Santa Margarita y su famosa abadía, escenario de las coronaciones. La faceta más monárquica de Londres incluye los palacios de Hampton Court, Kensington y Kew, de grandiosas dependencias, estupendos jardines e interesantes cocinas históricas. La Catedral de San Pablo hay que visitarla desde su sobrecogedora cripta hasta el fantástico mirador de su Galería Dorada, y no hay que olvidar la iglesia de San Jorge en el viejo barrio de Dickens.

El encanto de Londres reside en la personalidad de sus barrios. En el vibrante crisol de Covent Garden, en el foco de sofisticación del antiguo feudo bohemio de Chelsea, frente a los crescents decimonónicos de Belgravia, o en la exclusividad de St. James’s, donde se fundaron los famosos clubs de caballeros, y en el prestigioso Mayfair, sede de embajadas y casas de subastas; en el delicioso ambiente marítimo de Greenwich, en la apuesta cultural del West End, los estrenos de alfombra roja de Leicester Square y la animada noche del Soho; en el exotismo de Chinatown y el chic del antiguo pueblecito de Marylebone, o rebuscando tesoros en los mercadillos de Portobello y Camden y navegando por el Regent’s Canal. Y, desde luego, en las decenas de museos que hacen de Londres una de las capitales mundiales del arte y la cultura.

Cambiante y atractivo skyline

Hace casi un par de décadas, arquitectos y urbanistas se propusieron reconquistar las orillas del Támesis, desde sus rincones de sabor victoriano hasta la ultramoderna City; desde Chelsea hasta Canada Water a lo largo de una docena de kilómetros que incluyen los edificios más vanguardistas del perfil londinense. Un crucero con baile y cena a bordo es una buena propuesta para admirarlo. Y para obtener una visión global de la ciudad, nada como apuntarse a la noria de cabinas-mirador más sofisticada, el London Eye –Ojo de Londres– instalado en el South Bank del Támesis.

Ocho espectaculares parques reales, varias reservas naturales y algunos jardines botánicos resuelven el proverbial amor de los londinenses por la célebre campiña inglesa. Estos paraísos urbanos preservan la atmósfera de sus bosques centenarios y sus históricas mansiones, largos senderos para caminar, montar en bici o a caballo, románticos lagos navegables y onduladas praderas donde tomar el sol en hamacas plegables o saborear un pic-nic sobre la hierba. Son muchas las sorpresas que nos reservan, como la de cruzar de un salto el meridiano de Greenwich, pasando por la posibilidad de practicar los deportes más british, conocer su viejo zoo remodelado, tomar un té a la inglesa, presenciar teatro y conciertos al aire libre o atender a algún que otro orador espontáneo.

Londres secreto

Las pequeñas bellezas ocultas incluyen los restos del anfiteatro romano que se esconden en el sótano de la galería de arte Guidhall, el jardín desconocido de Chelsea Physic fundado junto al Támesis en 1673, o los inquietantes interiores de dos mansiones históricas que se visitan a la luz de las velas: Dennis Severs y el Museo Sir John Soane, el arquitecto barroco que escondía arte tras paneles secretos. Podríamos también tomar un café en la cripta de la iglesia georgiana de St. Martin in the Fields, un aperitivo en el estrafalario Callooh Callay, un bar que se esconde tras la puerta de un armario gigante; o un cóctel gótico entre las gárgolas del pub London Stone, a pocos metros de donde se exhibe, tras una reja, la mítica Piedra de Londres cuya preservación aseguraría, según la leyenda, el florecimiento permanente de la ciudad.

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