París, mitad divina, mitad humana

Domingo, 25 Enero 2015

París, mitad divina, mitad humana

Entre lo divino y lo humano se encuentra una ciudad a la vez romántica y canalla, burguesa y atrevida, tradicional y vanguardista. Así es París. Pionera por su alumbrado urbano, la ciudad de las contradicciones fue llamada la ciudad de la luz a pesar de su clima lloroso y gris en invierno, pero austero y fresco en verano. Sentimental de día, traidora de noche, sus calles comienzan el día oliendo a croissant recién hecho y se duermen con olor de tienda de especias.

La diversidad se palpa. Japoneses, americanos y viajeros de todo el mundo –es la ciudad más visitada – se entremezclan con los inmigrantes provenientes de las antiguas colonias de África e Indochina y a la vez con parisinos ataviados con iPads que regresan de su oficina en un metro todavía decadente. Y todo en torno a una figura colosal, descentrada en el mapa, que sorprendentemente ordena la capital francesa y es visitada por más de dos mil personas al día: la Torre Eiffel. Haciendo sombra a la Torre Montparnase, que con sus más de 200 metros no deja de quedarse en segundo plano, es el icono no solo de París sino de Francia. Esta espectacular dama de hierro vigila el ritmo frenético de la ciudad desde sus 324 metros.

Brillante al caer la noche, aparece centelleante avisando de su presencia a las horas punta durante cinco minutos, los suficientes para contemplarla atónitamente al cruzar la esquina de cualquier rue parisina. Un monumento que iba a ser efímero en 1889, cuando la construyó Gustave Eiffel. Y junto a ésta, el segundo monumento más representativo de la ciudad y que ha vivido los acontecimientos más importantes de Francia, el Arco de Triunfo, representando las victorias de Napoleón, el que fuera posteriormente enterrado en Los Inválidos, iglesia despampanante construida con el objetivo de servir al rey y los soldados.

Porque la belleza de París y su riqueza monumental es sólo comparable, si cabe, con la de Roma. Sus construcciones se perfuman con olor a historia. Cerca de cien años se tardó en construir Notre Dame y sus muros pueden hablarnos de la beatificación de Juana de Arco o la coronación de Enrique VI de Inglaterra. Y enfrentada en lo alto, en el barrio de Montmartre, la Basílica del Sagrado Corazón, desde donde contemplar la ciudad atravesada por el Sena, caudal que cicatriza su mapa desordenado.

Capital de tendencias

Que París es una ciudad plagada de parques es algo que salta a la vista. La hermosura de los Jardines de Luxemburgo, las Tullerías o los Campos de Marte se hacen pequeños pero no menos bellos comparados con los más de 35 kilómetros del Bois de Bologne. Como decía Klemens von Metternich, “cuando París estornuda, Europa coge frío”, porque las grandes tendencias de arte, moda, cultura y gastronomía germinan en las grandes avenidas que circulan en torno a las que desde 1991 fueron consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, las Riberas del río Sena. En sus brazos nacieron René Descartes, Molière, Voltaire, Víctor Hugo, Edgar Degas o Claude Monet, y crecieron otros extranjeros como Beckett, Picasso, Stravinski o Hemingway. Del cubismo al impresionismo, de la Victoria de Samotracia a La Gioconda, la ciudad cuenta con varios museos de fama mundial, siendo el Louvre el más conocido. Y hablar de París es hablar de glamour, estilo y tendencia. Desde la variada oferta de los Campos Elíseos, pasando por las inalcanzables boutiques de modistos como Dior o Chanel de las calles Faubourg Saint-Honoré, la avenida Montaigne o la rue Royale, o las joyerías de las imposibles Place Vendôme, hasta las afamadas Galerías Lafayette.

Barrios y gastronomía

Para el desconocido, baste citar algunos barrios para descubrir el París cotidiano. El barrio Latino es uno de los favoritos de los autóctonos. Junto a éste, las calles de la zona de Les Marais bullen entre tiendas de decoración, galerías de arte y restaurantes nacientes. Más pequeño y acogedor, las calles de Saint-Germain-des-Prés brindan tiendas de libros de segunda mano y de moda callejera. Y a dos pasos, la Isla de San Luis, un remanso de paz poco usual en París. Asimismo, la variedad gastronómica es infinita en París y, aunque parece osado aventurarse a galardonar uno de sus restaurantes como emblema, el pato a la sangre de La Tour d’Argent ha sido reputado por todo el mundo y degustado por la mayoría de famosos y pudientes que visitan la capital francesa. Maxim’s o Ladurée son otros de los establecimientos más conocidos y renombrados por sus famosos macarons o chocolates.

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